LLEGÓ EL OTOÑO

Con la llegada del otoño la ciudad se llena de hojas caídas de los árboles, verdad de perogrullo si las hay, pero costumbre de la naturaleza tan inevitable como molesta. Las alcantarillas y desagües se tapan, las veredas y jardines se cubren con ese color caca de hoja seca que encima al mojarse toma ese aspecto tan desagradable y baboso. Frente a este desmadre ecológico acepto que los habitantes de los centros urbanos tengan el derecho de mantener la limpieza y correcta presentación de sus viviendas y veredas. Lo que me parece inaceptable, inadmisible, demencial y vacío de todo sentido común es que las hojas secas se quemen junto al cordón de la vereda. ¿Puede usted entender que hay gente que quema hojas en pleno siglo XXI en una ciudad? ¿Es posible que haya gente con tanto tiempo y que además sea tan boluda? Habiendo bolsas de residuos del tamaño del cadáver de un marine y servicios de recolección de residuos diarios ¿por qué queman las hojas? Las fogatas de los quemadores de hojas son un tema en sí mismo. No son nada fáciles ya que, por lo general, las hojas están mojadas por la lluvia o por la helada y prenderlas y lograr que ardan es tarea de piromaníacos. Lo común es que el fuego se extinga antes de que desaparezcan las indeseables, con lo cual la misión no solo no queda cumplida sino que adiciona un nuevo componente: cenizas. Por otro lado ya el vecino incendiario molestó a todo el barrio con humo y olor a quemado, un auténtico tarado. Pero hagamos el siguiente ejercicio y veremos que nunca será poco el desprecio que debemos tener por estos descarriados sociales: imaginemos que cada vecino para deshacerse de las hojas de su casa prende en la vereda una hoguerita como las de los cowboys, pero sin la jarrita de café arriba (a propósito ¿alguna vez vio en alguna película un cowboy con la jarrita colgada de su montura? porque en algún lado la tienen que llevar). La ciudad sería una sucesión interminable de fuegos, el cielo estaría negro por el humo que ni la lluvia dejaría pasar y comenzaríamos a tener un "mono-olor" a quemado que se tornaría familiar. Aparecería un nuevo problema, ya que no habría más hojas pero tendríamos ahora ceniza, pero solo un 50% del volumen original, eso sí. Pasado el otoño las cosas volverían a la normalidad y todos contentos. ¡Bárbaros! ¡La ideas no se matan y las hojas no se queman! Hay que reconocer que hay cosas que uno quiere hacer desaparecer y no encuentra mejor manera que quemarlo. Pero hay que ser prudente. ¡Vieja...pasame el kerosene! El Rique

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