A CUERDA

Por Gabriel Esta mañana lloré. Sé que probablemente no esperaban esta confesión, pero es así: algunos hombres también lloramos (no Mariano ni Gonza, por supuesto).

Por qué se preguntaran los estimados lectores. Paso a responderles. Por suerte no me pasó nada de lo catalogado por la generalidad de los mortales como grave, no estoy enfermo, no internaron a nadie que yo quiera, no falleció nadie conocido, no me dejó mi novia ni la encontré con otro, no me despidieron, ni me robaron, ni ninguna de esas cosas que podría hacer llorar a cualquiera que se precie de contar con un poco de sentimientos.
Simplemente, a las 7.30 hs. ni un minuto más ni un minuto menos, sonó el reloj despertador indicándome que debía levantarme para cumplir con mis obligaciones laborales. Pero no sonó cualquier despertador. Como soy de buen dormir, debí recurrir a uno de esos a cuerda que suena cuando un adminículo adosado a su parte superior con forma de martillo, golpetea insistente e incesantemente contra dos campanitas totalmente desagradables hasta que se termina la cuerda.
Lloré cuando lo vi impávido en la mesita de luz con cara de "Ja Ja!!! te tenés que levantar, afeitar (ya me tocaba), bañar, e irte a trabajar (ya me tocaba)", parecía que el desagradable, insípido, desapacible, inexpresivo, desabrido, insulso, anodino y trivial cuadrado ese, disfrutaba de mi cara de desconcierto ante la inminencia de mi salida a enfrentar la realidad cotidiana (Ojo, esto incluye la posibilidad de cruzarme con Gonza o con Mariano, lo que no es fácil). En rigor de verdad, nunca nos llevamos bien con el apático. Siempre pensé que un reloj despertador es un aparato amorfo desganado que lo único que hace es arruinarle la vida a la gente que está descansando plácidamente.
Mientras viví con mis viejos, y dado que teníamos obligaciones con horarios más o menos comunes, lo usé en contadas ocasiones ya que siempre me produjo rechazo. Pero después, cuando no me quedó otra que recurrir a sus servicios, lo detesté y creo que lo haré de por vida. Pero quiero que quede claro, no lo detesto todo el día, solamente por la mañana, porque me interrumpe el sueño, y los sueños, y me recuerda todas las cosas que tengo por hacer; y por la noche, cuando ocasionalmente no me puedo dormir, y no hace otra cosa que hacer TIC TAC TIC TAC, mientras cuento las horas que no voy a dormir.
Pero esto no es nada. Lo peor que tiene, es que es vigilante, porque su inmensidad y la de sus agujas, hace que cuando uno vuelve tarde (alguna que otra muuuuy contada ocasión) cualquiera pueda advertir el horario de llegada con un pequeño abrir y cerrar de ojos. Como no lo puedo tirar contra la pared, porque lo único que lograría sería tener que comprar uno nuevo, me levanto y me resigno recordando a mi vecina que siempre decía cuando me veía llegar del boliche a las 7 de la mañana:
Al que madruga.......

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