2008: AÑO PERDIDO

Gabriel

Llega esta parte del año y los mortales empezamos a realizar los clásicos balances de fin de año. Desde lo personal, lo laboral, lo deportivo, lo sentimental, hasta lo económico, analizamos detenidamente el éxito o el fracaso de nuestros objetivos planteados hace once o doce meses. En mi caso particular, los resultados no son positivos (Esta frase está en los anales del año). No planté un árbol, no escribí un libro y no tuve un hijo. "Pibe, buscate una vida decente" me diría Pappo.

Sin embargo, siempre hay una luz al final del túnel. Esto es, la pasé en términos generales bien, no tuve grandes quilombos, no se me murió nadie muy cercano (Salvo mi vecino del quinto que se ahorcó, pero ese era cercano físicamente. Le tendrían que haber visto las patitas colgando), no me cagué de hambre, me enfermé una vez hace una semana (el aire acondicionado de la furia bordó te mata) y mi hermana dice que voy a tener un sobrino/a para hincharle las pelotas y enseñarle a hacer boludeces.

Cuando leo lo positivo, reflexiono… es medio poco, y me propongo salvar el año en estos 20 días que quedan.

Saco las carpetas de los clientes para ver a quien puedo cobrarle unos mangos. Agua. Agarro la agenda, empiezo a llamar algunas viejas amiguitas para ponerle adrenalina al fin de año. Todas de novia o casadas. Agua.

Reviso los ahorros para planear unas vacaciones, cuento y cuento los tres violetas que me quedan. No alcanza. Agua.

Voy al vivero, intento comprar un árbol para plantar. "Todo vendido por la Navidad, vio maestro" me dice el viverólogo. Agua.

Me siento en la máquina, escribo un pequeño cuento, voy a una editorial, dos, tres. Hasta el año que viene nada, la crisis paró todo. Agua.

No, si es como yo digo, el año está perdido.

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