FIN DE SEMANA SALVAJE

Por Gonza

En la vida hay cosas tediosas, aburridas, una ya lo dije anteriormente es ir al bingo, la otra cosa tremendamente alienante por excelencia debe ser ir al supermercado. Es una especie de tortura de la civilidad y se divide en distintas etapas, a cual peor, a saber:
Llegás: Siempre está lo mismo, las mismas latas, las mismas botellas y por eso se esmeran en adornar los locales, cambiar las gondolas de lugar, hacen las ofertas, los grandes “descuentos”, los sorteos y un despliegue impresionante de estratagemas para tapar el embole de tener que ir allí. Y uno va porque no te queda otra, porque necesitás morfar, pero es tiempo tirado a la basura ¡y que tiempo! Nunca encuentro nada, me la paso preguntandole a los empleados, p. ej.: ¿donde puedo conseguir azafrán? Y los tipos se conocen el mercado de memoria y contestan cosas como: “Cuarta gondola a la derecha, tercer estante, al lado del azúcar impalpable” ¡una perfección! Y claro, son profesionales del tema. Yo me recorro los pasillos 300 veces y siempre me falta algo, no hay nada peor que querer salir de allí cuanto antes y sentir que mi estadia se prolonga indefinidamente.
Elegís: Los precios son otro tema: ¿es barato? ¿es caro? Se me instala siempre una duda metódica. En realidad yo veo todo caro ¿cuánto? ¿por esto? Para mi que todo aumenta un centavo por día, por eso no te das cuenta, pero cada día que pasa, lo que compraste ayer a $ 1,20 está a $ 1,21 y así sucesivamente. De esa manera, nadie se hace problemas, la remarcación queda sistematizada y el consumidor queda en babia.
Por caja le cobran: Finalmente y luego de un gran esfuerzo, después de debatirse afanosamente en el ahorro buscando las marcas mas convenientes, tamaños y cantidades adecuados, no termina allí la cosa porque llega la hora de pasar por la caja. En ese momento todo se acelera, no pierdas mucho tiempo ni te distraigas porque la cajera es capaz de tickearte a vos, todo se suma con frialdad digital, pi, pi, pi y el numero sube y sube inexorablemente.-
Te vas: Después a cargar todo en el auto, si tenés auto, y llegás a tu casa y ¡hay que acomodar! Yo llego a mi casa y digo, “bueno, suerte que compramos bastante, ya está, por un tiempo no me jodan con el super” Es decir, trato de darme aliento, pero a medida que voy acomodando todo caigo en una terrible depresión porque veo que no es tanto, hay un montón de cosas que las tenés que tirar, las cajas de los huevos, los blisters, todo a la basura, lo compraste hoy, lo tirás hoy, me da lástima, es un blister nuevo, pero hay que tirarlo, no te queda otra. Y simultáneamente se produce un efecto de reducción. Al tirar los envases, cajas y demás envoltorios descartables el volumen de lo adquirido se reduce.
Resultado: Y después que terminás de acomodar todo a la ½ hora abrís la heladera con el callado orgullo de encontrarla rebozante de tentaciones, pero no es así, por más que hayas gastado parva de guita, no es así. Encontrás algunas cosas, lo indispensable... ¡eramos tan pobres! Y a solamente una semana de transcurrida la compra el normal y modesto consumo de las cosas lleva a tu mujer a proferir el lacerante comentario “che, vamos a tener que ir al super...” NO, No! NO! ¡Otra vez!!!!

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