DOS REFLEXIONES SOBRE ALFONSIN

ALFONSIN Mariano

Murió Raúl Alfonsín. Muchas cosas se dijeron desde ayer y se dirán en los próximos días. Más abajo Marcelo nos deja un texto excelente sobre sus sensaciones. No voy a hablar de lo que significó para los que éramos adolescentes cuando asumió la Presidencia, de la consolidación de la Democracia, del juicio a las Juntas, los planes Austral y Primavera, la hiper, las leyes de impunidad, el traslado de la Capital (te re banco en esta, Raúl!!), y otros aciertos y errores.
Solamente quiero decir que el que suscribe era alfonsinista desde antes de las 8 y media de la noche de ayer. Y que me rompe soberanamente las pelotas ver a tantos hijos de puta que le hicieron la vida imposible, que lo acorralaron hasta hacerlo renunciar, ahora llorar antes las cámaras y hablar maravillas de él. Manga de turros, aunque sea por unos días guarden respetuoso silencio ....
MI ABUELO AVELINO
Marcelo
Mi abuelo Avelino no hablaba de polìtica. En realidad no hablaba. Ni de polìtica ni de nada. Vaya a saberse què marca infantil, què pisotòn del destino lo silenciò un lejano dìa, allà en su Galicia –porque España era para èl Galicia y poco màs. Y entonces mi abuelo, una vez descartada voluntariamente la herramienta de la palabra, se dedicò a trabajar. Y lo hizo durante setenta años. Tintero, colectivero, taxista, chofer, portero, casero de mansión. Esposo y padre. Abuelo. Hermano mayor de once gallegos, con todo lo que ello implica. Es decir un poco padre, consejero, y siempre ejemplo.
En muy pocas ocasiones interrumpiò su silencio, generalmente presionado por las circunstancias. Alguna reconvenciòn para mì o mi hermana, alguna puteada sorda ante los insectos que asolaban su quinta; en fin, alguna solicitud para mi abuela. Mi abuelo no besaba. Como una suerte de concesiòn a la ternura, ponìa la mejilla y albergaba los labios del otro como una especie de resignaciòn, una fatalidad. Y no lloraba, obvio es decirlo. Y no era para no parecer maricòn. Esa idea estaba fuera de su universo. No lloraba porque no. No le salìa. Aunque yo creo que lloraba para adentro. Y ese llanto le atoraba la garganta y por eso no hablaba. Y no besaba. Sòlo utilizaba la boca para dar cumplimiento a las funciones bàsicas: comer y respirar. En ese orden.
El 20 de noviembre de 1975 se le escapò una puteada un poco màs farolera. Una de alegrìa. Fue cuando se enterò por la tele que habìa muerto Franco. Acto seguido, tomò la sevillana y comenzò a sacar punta a un palito destinado a erguir acaso una planta de tomates.
Un domingo de 1983 papà lo afiliò a la UCR. Recuerdo perfectamente la escena. Mi insolvencia, e insolencia, intelectuales –sumada a una verborragia indigna del abuelo- aconsejaba a viva voz alinearse a las filas antiimperialistas de Oscar Alende (que no se vendiò hasta que se vendiò), y descartar de plano ese abogado de campo, tìpico radical (charlatàn y cagòn). Papà, en un gesto que agradezco y no olvidarè, hizo caso omiso y continuò exaltando las bondades de ese hombre que recitaba el preámbulo de la Constituciòn y, segùn su criterio –el de papà- iba a dar respuesta a los anhelos allì expresados.El abuelo escuchò atentamente –o asì pareciò- y puso la firma al pie de la ficha. En silencio, eso sì. Y un dìa de diciembre el abuelo llorò. Llorò frente a la tele mientras veìa a otro gallego subido a un auto lustroso y sin techo recorriendo las calles de Buenos Aires, sobre un mar de banderitas, boinas y sonrisas.
Y hoy que casi no quedan boinas, y mucho menos sonrisas (ni hablar de las banderitas) estoy llorando frente a la tele, màs triste de lo que jamàs hubiera imaginado en estas circunstancias. Y usted señor Alfonsìn, a usted le digo: usted es el puente entre mis làgrimas y las del abuelo. Que en paz descanse.

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