Por Gonza
Para algunos es el mejor programa y para otros es la peor tortura. Ir a comer afuera es todo un tema si los hay, porque la gastronomia es todo un mundo, pero un mundo intrincado y temible, que hasta puede convertirse en abominable. Últimamente se cometen varios atropellos que se han hecho comunes, a saber: “vendernos” en el menú, cosas baratas como la gran cosa. Por ejemplo, valorar como una fineza el puré de zapallo: “Delicia de calabaza”, o algo así. Cuando no se sabe que poner el chef, el cocina, bah, agrega “a las finas hierbas” y andá a cantarle a Garay. Es que hasta el más rasca hoy es un delicado gourmet, hoy en día, hasta un desocupado hambriento pienso rechazaria de plano el anticuado vinagre, reclamando el snob “acetto balsámico”. El otro día me dijeron la etimología de snob. No viene del griego, como Grondona supondría, sino del frances, sans noblese, es decir sin nobleza, rasca, en una palabra, cursi. Así nos han invadido los matambritos tiernizados a la leche (por no decir cagado a martillazos por la gorda) y un montón de pelotudeces “de moda” que se venden como grandes descubrimientos culinarios que revolucionarán los habitos alimenticios, como las bruschetas, el carpaccio y las ensaladas de la huerta y du chef, el coulis de frutos del bosque y tantas otras pavadas similares. Cierren la mesa 4, no se cobra cubierto, la casa se reserva el derecho de admisión, pero el cliente se reserva el derecho de comprar berretadas.
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